lunes, 19 de noviembre de 2012


 El óbolo de la viuda
 Mc 12,38-44

El evangelio de hoy tiene dos partes: la primera corresponde a la crítica de Jesús contra los maestros de la ley; la segunda, al episodio de la viuda pobre que deja su limosna en el arca del templo.

Dijo Jesús a sus discípulos: Tengan cuidado con los maestros de la ley, a quienes les gusta pasearse lujosamente vestidos y ser saludados por la calle; buscan los puestos de honor en la sinagoga y los primeros lugares en los banquetes. 

Toda persona que se valore a sí misma desea que los demás la respeten y tengan en cuenta. Pero esta tendencia lícita y natural puede deformarse fácilmente y convertirse en la motivación más importante de lo que uno hace. Cuando se busca a toda costa el propio éxito, se puede llegar a desconocer los propios limites y deficiencias, o incluso a atropellar el derecho de los demás por creerse superior. Por eso, lo que Jesús critica en los maestros de la ley es que ellos, los expertos en las cosas de Dios, enseñan el amor a Dios y al prójimo, pero su conducta se mueve por la ambición y búsqueda de honores y privilegios. Se sirven de la religión como instrumento de lucro, y, lo que es insoportable a los ojos de Dios, valiéndose de su fama de justos y religiosos, llegan a aprovecharse de los bienes de huérfanos y viudas. “Ellos devoran los bienes de las viudas y se disfrazan tras largas oraciones”, denuncia Jesús.

Esa mentalidad y comportamiento de los escribas y expertos en religión no fue algo pasajero que acabó cuando, después de Jesús, destruido el templo de Jerusalén, desaparecieron los escribas y sumos sacerdotes. Lo que ahí Jesús criticó fue una tendencia que, como la levadura de los fariseos, iba a ejercer su influjo en la comunidad cristiana hasta hoy. Los simples fieles y los dirigentes religiosos pueden actuar hoy como actuaban los escribas y fariseos en tiempos de Jesús, poniéndose por encima de los demás, ejerciendo sus funciones de autoridad con ostentación, hasta aparecer llenos de fatuidad y vanagloria. Cuando estas cosas suceden, Jesús pone en guardia: “¡Tengan cuidado!”, nos dice.

A continuación viene un episodio que, por su aparente insignificancia, podía pasar desapercibido, pero que a los ojos de Jesús encerraba una lección fundamental para sus discípulos. Jesús, sentado frente a las arcas del templo, observaba cómo la gente iba echando dinero en ellas como ofrenda para el culto; muchos ricos depositaban en cantidad. Pero llegó una viuda pobre que echó dos moneditas de muy poco valor. 

Óbolo de la viuda, James Christensen
Ya al inicio del Evangelio de Marcos (1, 29-31) apareció en escena otra pobre mujer, la suegra de Pedro. Estaba en cama con fiebre, y el Señor realizó en favor de ella -según Marcos- su primer milagro; un milagro aparentemente sin mayor relevancia, pero que convirtió a esa mujer en un ejemplo: Jesús se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Se le quitó la fiebre y se puso servir a Jesús y a sus discípulos, dando ejemplo del verdadero seguimiento de Jesús que consiste en servir a los demás. Así también, la escena de hoy, en apariencia tan poco significativa, nos hace ver que una pobre viuda se convierte en el evangelio vivo, en la figura perfecta de Cristo. Les aseguro que esa pobre viuda ha echado en las arcas más que todos los demás –declara solemnemente Jesús. Pues todos han echado de lo que les sobraba, mientras que ella ha dado desde su pobreza todo lo que tenía para vivir. Ella, una pobre viuda que nadie tiene en cuenta, resulta ser la verdadera escriba del NT, en oposición a los escribas hipócritas. Ella se constituye –al igual que la suegra de Pedro- en la maestra, de la que los discípulos han de aprender la lección más importante del evangelio. Ella, a diferencia del joven rico, lo ha dado todo. La enseñanza de Cristo no nos viene de los libros, sino de personas de este tipo. Los pobres nos evangelizan.

Se puede efecto dar grandes limosnas, pero haciendo ostentación de los recursos con que se cuenta y para ser notados. Pero ante Dios lo que importa no es la cantidad sino la calidad. La viuda del evangelio deposita solamente dos monedas de escaso valor pero que significan todo lo que ella tiene para vivir, mientras que los ricos echan de lo que les sobra y con ostentación. De acuerdo con la escala de valores de Jesús una limosna insignificante puede tener más valor que una gran suma. Privarse únicamente de lo superfluo no representa la contribución aceptable al culto del Señor, aunque lo aportado sea una buena cantidad de dinero. Dios, que ve lo oculto de los corazones de los hombres, quiere sinceridad y transparencia en lo exterior y en lo interior. Lo que vale es la actitud de aquella pobre viuda que, al darlo todo, con corazón humilde y generoso, reproduce en su persona aquella característica de Jesucristo, que Pablo con exactitud recuerda a sus fieles: Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8,9). 

Ese es el camino cristiano, que la pobre viuda emprende y nosotros estamos llamados también a recorrer. Es la enseñanza de Jesús, que dijo: “hay más felicidad en dar que en recibir(Hech 20,35)