martes, 16 de octubre de 2012


EL JOVEN RICO 
Mc 10,17-30

El domingo pasado la liturgia nos trajo las enseñanzas de Jesús sobre la relación del hombre y de la mujer en la perspectiva del seguimiento de Jesús. Hoy nos propone su enseñanza sobre la relación con los bienes materiales. 

Sabemos bien que el uso de los bienes no es una cuestión por así decir neutra en la vida cristiana, ya que Jesús habló de ello y declaró: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? (8,36). Pero, como el caso de la indisolubilidad del matrimonio, sabemos también que la práctica de esta doctrina no es fácil. Por eso, el texto evangélico de hoy tiene como intención motivarnos para aceptar la enseñanza de Jesús, valorando lo que con ella se obtiene, pero valorando sobre todo quién nos la enseña: es Jesús, que “pasó haciendo el bien”, nos enseñó que “hay más felicidad en dar que en recibir” (Hech 20,35) y habló del tesoro escondido y de la perla, cuyo hallazgo produce tal alegría que uno se mueve a venderlo todo para adquirirlo. 

El pasaje de hoy corresponde al encuentro de Jesús con un rico. 
Marcos dice solamente que fue un hombre que se acercó corriendo a Jesús. Lucas dice que era un “hombre importante” (18,18) y Mateo que era un joven (19,20); por lo cual, ha venido a ser conocido como “el joven rico”. 

Maestro bueno, ¿que haré para heredar la vida eterna?, le dice a Jesús. Era un saludo especial, superior al que se solía dar a los rabinos. Por eso Jesús le replica: ¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Implícitamente lo invita a reconocer la bondad de Dios en su persona. Aclarado esto, Jesús responde inmediatamente a la cuestión planteada, que no es una cuestión cualquiera: el joven rico quiere saber cómo alcanzar la vida. Es el deseo fundamental de toda persona humana de una vida plena, bien lograda, realizada, no alienada ni mediocre, es decir de la “vida eterna” que la Biblia propone como la promesa de Dios a los que cumplen su voluntad. Por eso Jesús responde planteando al joven rico la primera condición: la observancia de los mandamientos que tienen que ver con el amor al prójimo. Expresamente se deja aparte el mandamiento que tiene que ver con el amor a Dios, porque este mandamiento recibirá para el discípulo una nueva formulación, como seguimiento de Jesús (¡ven y sígueme!, v.21), en quien Dios se revela como Dios-con-nosotros. 

Pero el joven no queda satisfecho, desea algo más. Es un buen judío, observante de la ley desde su niñez. Por eso, su bondad no deja impasible a Jesús, que valora el corazón de las personas: Jesús lo miró con cariño, dice el evangelio, y se animó a proponerle otro reto: Una cosa te falta. Vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo-, luego ven y sígueme. Tendrás un tesoro en el cielo equivale a decir: Dios será tu tesoro. Esta es la motivación. La vida plena consiste en tener a Dios como el tesoro, donde está el corazón. Sólo así se puede renunciar a los bienes y distribuirlos entre los necesitados. 

Pero el joven no se animó a seguir a Jesús. La riqueza acumulada le tenía agarrado el corazón; no entendió cómo Dios podía ser su tesoro y, en consecuencia, cómo podía él situarse ante sus bienes de manera diferente, con la libertad de quien es capaz de repartirlos para, libre de toda atadura, poder seguir a Jesús. Y el desenlace fue triste: puso mala cara y se alejó entristecido porque tenía muchos bienes. Nunca más se supo de él. Pero Jesús no entra en componendas: Mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícilmente entrarán en el reino de los cielos los que tienen riquezas! 

Como en el caso del matrimonio indisoluble, también aquí los discípulos de Jesús se quedaron asombrados. La enseñanza que les da, se concreta en dos frases complementarias: ¡Qué difícil es entrar en el reino de Dios!  Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios. 

El apego a la riqueza incapacita para el reino de Dios porque lleva a ignorar las necesidades del prójimo y a cometer injusticias. Los bienes de este mundo son bendición y vida si se comparten, se tornan maldición y muerte si se acumulan para el propio provecho y goce. Lo que se retiene con ambición, eso divide; lo que se comparte, eso une. Emplear el dinero para llevar una vida digna y contribuir al desarrollo de la sociedad, generando fuentes de trabajo, compartiendo las ganancias con equidad y ayudando a resolver el problema de los necesitados, todo eso significa no darle al dinero el valor de un dios, sino usarlo para promover la vida de la gente; eso es tener en cuenta la soberanía de Dios. 

Se han dado muchas interpretaciones a la expresión hiperbólica de Jesús sobre el camello y el ojo de la aguja. El hecho es que con un lenguaje sin duda adaptado a la mentalidad oriental, Jesús nos da una enseñanza fundamental: es difícil que los ricos acepten los valores del Reino de Dios y entren en él, porque el dinero tiene un extraordinario poder de agarrar el corazón del hombre hasta convertirse en un ídolo que suplanta a Dios y al prójimo, que asume el rostro de la idolatría, y hace que todos sientan su atracción y lo adoren como el bien supremo, ya sean cristianos, judíos, musulmanes o ateos, en todas partes del mundo. Por eso Jesús emplea este lenguaje tan gráfico y tajante: porque quiere inculcar en sus discípulos que sólo teniendo a Dios como lo más importante en la vida y rechazando a los ídolos, entre los que la riqueza se encuentra en primer lugar, se puede acoger con gozo la salvación del Reino. 

Sólo la gracia de Dios es capaz de lograr que el rico rompa con la riqueza, se haga discípulo de Jesús y se salve. La liberación frente a todas las cosas es acción de Dios por excelencia. Se produce en el encuentro con Jesús que revela dónde está puesto el corazón. Donde está tu tesoro, ahí está tu corazón. El evangelio nos abre los ojos a lo que ocurrió en los primeros tiempos del cristianismo y sigue ocurriendo hoy: con qué facilidad las personas se corrompen cuando entre ellas y Dios, entre ellas y el prójimo, entre ellas y el bien del país, se pone de por medio el dinero. Pero por encima de las deficiencias humanas, se alza siempre la gracia de Dios, que hace que los valores del evangelio sean respetados y practicados. Por eso, nunca podemos dejar de confiar en la gracia de Dios que es más fuerte que nuestras deficiencias y capaz de vencer nuestras debilidades.