PASTORES
(Lc 2, 15-20)
El texto está escrito para ayudarnos a vivir hoy lo que un día se reveló en Belén. Nos pone con María, José y los pastores para que también nosotros podamos mediante la fe, mirar, tocar, penetrar en la significación profunda de esta manifestación del Hijo de Dios, tan sencilla, tan humilde, tan bella.
Nada de lo que nos dice el evangelio acerca de nuestra salvación está elaborado con el material que emplean las leyendas y los cuentos. La obra de salvación que Dios realiza no está fuera del tiempo y del espacio, ocurre en la historia, tiene lugar y fecha. “En aquellos días, el emperador César Augusto promulgó un decreto ordenando un censo de los habitantes del imperio. Fue el primer censo que se hizo siendo Quirino gobernador de la Siria”.
Esta verdad es reconocida por todos, aun por no cristianos como Ernst Bloch en su libro El Principio de la Esperanza: «Se reza a un niño nacido en un establo. No cabe una mirada a las alturas hecha desde más cerca, desde más abajo, desde más en casa. Por eso es verdadero el pesebre: un origen tan humilde para un Fundador no se lo inventa uno. Las sagas y leyendas no pintan cuadros de miseria y, menos aún, los mantienen durante toda una vida. El pesebre, el hijo de un carpintero, el profeta que se mueve entre gente baja y el patíbulo al final…, todo eso está hecho con material histórico, no con el material dorado tan querido por la leyenda».
La atención de la gente había quedado ocupada con la noticia de aquel censo, demostración del poder dominante del emperador Augusto, que quería saber el número de sus súbditos, a cuántos podía cobrar impuestos y a cuántos podía reclutar para la guerra. Frente a aquella exaltación del poder del hombre sobre el hombre, pasó inadvertida la noticia de María, una pobre mujer, que por cumplir el mandato del César llegó con su esposo José a la ciudad de David, le llegó la hora del parto, dio a luz a su hijo, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo sitio para ellos en la posada.
Pero quien nace en Belén de manera tan inadvertida no es un niño judío cualquiera sino el esperado de las naciones, el Mesías, el Señor. El cielo es quien acredita al recién nacido como el Salvador de la humanidad; no el emperador reinante en la capital de su imperio. Y los primeros que reciben la voz del cielo son unos pastores, representantes de los pobres y sencillos de corazón a quienes Dios habla y se han hecho capaces de oírle. “No teman, les anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo: Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, el Mesías, el Señor”.
Unidos a los pastores decimos también nosotros: “Vamos a Belén a ver eso que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado”. Hallamos a un Niño acostado en un pesebre. Un Dios pequeñito, sin sueños de grandeza ni de poder, débil y frágil como nosotros, en la humildad de nuestra condición humana. Ha hecho suya nuestra vida, tal como ella es, para estar siempre a nuestro lado. En adelante, nuestra propia existencia se convierte en el lugar donde podemos encontrarnos con él y sentir su bondad, su gracia y su perdón. En adelante también en toda vida humana él puede salir a nuestro encuentro y darnos alcance para compartir nuestro pan.
Después de adorar al Niño, “los pastores regresaron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído, tal como se les había dicho”. Han comprobado que Dios cumple su palabra. Vuelven a su vida de todos los días con el corazón lleno de alegría, confirmados en la esperanza. A partir de ahí, todo el que con fe y humildad, como los pastores, reconoce en el Niño de Belén “la bondad de Dios nuestro salvador y su amor a nosotros” se sentirá también afirmado en la esperanza, dará razón de ella y procurará infundirla a los que están cerca y le son más queridos, y a los que están lejos y esperan algo de él. En la actitud que tengamos para con los que sufren, para con los pequeños y los pobres, la esperanza cristiana adquiere contornos bien precisos. Ampliar, renovar y cambiar nuestras actitudes para que los pobres y los que sufren tengan motivos para seguir esperando, eso es asunto nuestro. La Navidad nos lo recuerda.