MENSAJE DE NAVIDAD
2012
“Encontrarán un niño
envuelto en pañales
y acostado en un pesebre” (Lc 2,12).
Todos los años la Navidad nos alegra con el anuncio del nacimiento de Jesucristo, luz que ilumina el mundo. Los hogares se iluminan con el brillo del pesebre y la ciudad entera resplandece. Luces por todas partes. Sabemos, sin embargo, que no toda luminosidad transmite verdadera alegría. Hay oscuridades que se venden disfrazadas de luces multicolores. La gente se confunde, cambia el nombre de las cosas: llama felicidad a la frivolidad pasajera; unión a individualismos que se juntan ocasionalmente para comer y beber hasta el exceso.
Reaccionamos contra eso y nos dejamos iluminar por la claridad de Navidad que brilla en los corazones. Nos viene del mensaje de esta fiesta. Lo dicen casi del mismo modo Isaías, el ángel de Belén y San Pablo: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”, afirma el profeta. “Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, el Mesías, el Señor”, anuncia el ángel a los pastores, y a todos aquellos que saben hacerse niños para buscar y entender. “Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae salvación para todos”, proclama Pablo, poniendo paz en nuestros corazones agitados. “Se ha manifestado la gracia”, es decir, el amor que triunfa, el amor con que nos ama Dios.
El ángel enseña a los pastores a encontrar este amor que es luz y alegría, gracia y salvación: “Esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. La lógica de los hombres salta por los aires, no es la de Dios. Se nos habla de un Dios cuya grandeza se muestra en la pequeñez de un niño indefenso, cuya majestad infinita resplandece en el rostro de un niño pobre, cuyo aspecto asume la ternura de un recién nacido en brazos de su madre. Se nos da con ello la mayor prueba y señal de lo que es y de lo que hace por nosotros: volverse tan cercano que ya nada nos separa de él. El ser humano, por gracia, puede llegar a Dios, sentido y meta de su existencia. Dado que era imposible a sus solas fuerzas, es Dios quien ha tomado la iniciativa y en el Hijo de María ha llegado al hombre. En la simple expresión: María “dio a luz a su hijo”, se esconde la mayor de las sorpresas, la alegría inmensa del Creador y de todas sus criaturas.
Tocamos aquí lo más central de la buena noticia que el Señor nos da. Pero al decírnosla se arriesga a que no se la escuchemos por el ruido de estos días, o no se la entendamos porque otros mensajes nos venden otras alegrías, o se la rechacemos porque nos abruma un Dios así, pequeño, pobre y desarmado, que nos invita a no vivir para nosotros mismos sino para Él, pues por nosotros quiso nacer en un pesebre.
Si se acepta la buena noticia que el Señor nos da en Navidad, se ve el futuro con una nueva luz, y se hallan motivos para pensar que todo puede ser mejor. Por eso en Navidad nos permitimos soñar, dejando de lado nuestros presuntuosos cálculos y razonamientos, nuestros pesimismos y cobardías para entrar en la lógica de Dios y confiar que realizará su obra más allá de lo que nuestras débiles fuerzas pueden conseguir: paz mundial, solución de los conflictos, superación de la pobreza con trabajo y distribución equitativa de la riqueza, defensa y conservación de la naturaleza, y, como desea el Papa en su último mensaje sobre la paz
, “un orden moral interno y externo, en el que se reconocen sinceramente, de acuerdo con la verdad y la justicia, los derechos recíprocos y los deberes mutuos…, un orden vivificado e integrado por el amor, capaz de hacer sentir como propias las necesidades y las exigencias del prójimo, de hacer partícipes a los demás de los propios bienes, y de tender a que sea cada vez más difundida en el mundo la comunión de los valores espirituales”. Dios ha nacido, nacemos todos, cambiamos. El año declina ya, pero es posible ser mejor. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. La historia de Dios y la nuestra se entrelazan. Él está con nosotros y no nos abandonará porque ha asumido nuestra naturaleza humana y la ha hecho suya eternamente. Todo se transforma en esperanza.
Nos acercamos al pesebre y dejamos a un poeta (José M. de Romaña
) que nos haga sentir con los símbolos el poder evocador y sugerente de la Navidad:
«Nace de nuevo Dios y nosotros y el universo. Es preciso nacer de nuevo, volver a la infancia, raer arrugas y segundas intenciones, hablar muy seriamente con unos ángeles que cantan y con unos pastores que corren a través de la noche y unos reyes que vienen de oriente, debajo de una estrella, con oro, incienso y mirra entre las manos. Es increíble. Nace de nuevo Dios. Con Él nacemos todos.
En el crepúsculo vencido del año, la paz de la noche y de los ojos con lágrimas, de las largas sonrisas confiadas y las duras manos suavizadas. La hora del cuento y de la maravilla. La hora desnuda, de abandonar vestidos y maquillajes y las frases convenidas. El orden en la sinceridad. Sí, Dios lo hace».
Carlos Cardó Franco S.J.
Párroco de Nuestra Señora de Fátima
Miraflores, Lima