martes, 5 de febrero de 2013

Febrero 3 de 2013


Jesús es rechazado en Nazaret
(Lc 4, 21-30)


Jesús ha dado inicio a su actividad pública en la sinagoga de Nazaret, pueblo en el que se había criado, y lo había hecho proclamando la buena noticia de la salvación y liberación ofrecida por Dios por medio de su persona y de su mensaje. Jesús se ha presentado como el realizador de las promesas de Dios. “El Espíritu de Dios sobre mí, me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y conseguir la libertad a los oprimidos”. Muchos al oírlo se admiraron de “las palabras de gracia” que salían de su boca. Pero no llegaron verdaderamente a comprender quién era Jesús porque se quedaron en lo que sabían de él: que era el hijo de José. Por eso Jesús les interpela su falta de fe; les hace ver que, en vez de reconocerlo y aceptarlo como el enviado de Dios, se cierran en lo que pretenden saber de él y de Dios. 

Ocurre entonces que las palabras de Jesús que, en un primer momento, les habían parecido palabras de gracia, les resultan ahora escandalosas. Se cierran en su posición, se niegan a ver en Jesús el enviado de Dios, para ellos no es más que el “hijo de José”, uno más de los suyos, sin ningún poder especial que legitime su misión salvadora. Al mismo tiempo, se resisten a creer el anuncio que les ha hecho del comienzo de una era nueva que exige nuevas actitudes. Conocían a Jesús demasiado para aceptar una novedad tan radical y, por otra parte, se resistían a cambiar su vida y sus viejas costumbres de siempre. Jesús se da cuenta de su incredulidad y los exhorta a la conversión. Les recuerda que con su actitud desconfiada e incrédula están repitiendo las actitudes que sus antepasados tuvieron con los profetas Elías y Eliseo, que encontraron mejor acogida entre los gentiles que entre los oyentes del pueblo elegido de Dios. Así, Jesús sufre la suerte de todos los profetas, que fueron rechazados por los suyos y sólo pudieron actuar entre quienes no exigían signos para creer, ni tenían la pretensión de saber cómo debía actuar Dios.

Los de Nazaret pasan entonces de la furia a la violencia y deciden quitarlo de en medio de manera violenta. Expulsan a Jesús de la comunidad de su pueblo y tratan incluso de despeñarlo, porque lo consideran un blasfemo. Pero Jesús, dice Lucas, de forma soberana, logra escapar del furor de sus paisanos: Jesús, abriéndose paso entre ellos, se alejaba. La oposición de los nazarenos ha sido un adelanto del rechazo que va a sufrir en su actividad pública y que culminará en su condena a muerte. Llegará el momento en que las autoridades judías lo entreguen a los romanos y acabe su vida en la cruz. Pero ese momento acontecerá a su debido tiempo. Ahora la libertad soberana con que vence el furor de sus enemigos prefigura su resurrección. Jesús está por encima de la maldad humana. Jesús sigue haciendo el bien, a pesar de la maldad del mundo.

En el plano eclesial, el texto de hoy le recuerda a la Iglesia que siempre ha habido y habrá necesariamente dentro de ella profetas movidos por el espíritu de Dios que interpelan a la sociedad y conmueven las conductas injustas de los hombres. Estos hombres y mujeres llaman también la atención de la misma Iglesia para que en sus instituciones humanas y en los hombres que la forman no tienda a acomodarse a ningún orden de cosas injusto, no se doblegue ante los poderosos, no siga otro interés que el de Jesucristo y no deje de defender los justos intereses de los más necesitados si quiere seguir siendo fiel al evangelio. La libertad del profeta la necesita la Iglesia para denunciar las injusticias y anunciar el evangelio del amor, para invitar al cambio de conducta y pensar el futuro desde la justicia y el amor.

Mientras Jesús está lleno del Espíritu Santo, los nazarenos están llenos de ira. También esto encuentra aplicación hoy si miramos los graves conflictos que se libran en el terreno de las religiones. La mayor dureza del corazón humano, capaz de llevar a las peores violencias, es la que proviene de las pretensiones religiosas, que se expresan en conductas intolerantes, excluyentes y condenatorias, y sustentan todo tipo de fundamentalismo o sectarismo del signo que sea. 

Para nosotros hoy, el mensaje de este evangelio mantiene plena vigencia. Todos nos podemos ver retratados en la sinagoga de Nazaret. Como los nazarenos, también nosotros en un primer momento acogemos con entusiasmo el mensaje del evangelio. Pero cuando comprendemos que la propuesta de Jesús nos exige cambios importantes en nuestro modo de vivir aparecen nuestras resistencias. Por otra parte, tampoco a nosotros nos agrada que nadie nos haga ver nuestras incoherencias y deje al descubierto nuestra incredulidad... El pasaje evangélico de hoy nos invita, pues, a no repetir el error de los paisanos de Jesús: en vez de echarlo fuera, salgamos nosotros fuera de los estrechos límites en los que vivimos encerrados y vayamos con él. Sigamos sus itinerarios imprevisibles y demos los pasos que nos proponga dar, aunque inicialmente no entren en nuestros cálculos.