miércoles, 16 de mayo de 2012

VI Domingo de Pascua

Jn 15, 9-17 Permanezcan en mi amor. 

Día de la Madre y Día de nuestra Señora de Fátima, 

patrona de nuestra parroquia.


Como el Padre me ha amado, yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor, nos dice Jesús. En otro pasaje de ese mismo discurso de la última cena, nos dice: Si uno me ama, observará mi palabra y el Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. El amor no es sólo un sentimiento. Son buenos los sentimientos y hay que expresarlos siempre, sobre todo cuando son de ternura y de cariño por la persona querida. Pero se ama con hechos y en verdad. “El amor se ha de poner más en obras que en palabras” dice san Ignacio en la Contemplación para alcanzar amor de los Ejercicios Espirituales. Por eso dice Jesús: “Si me aman, guardarán mis mandamientos”. Uno puede observarlos como deberes impuestos desde fuera, sin libertad (como el hermano mayor del Hijo Pródigo), o puede observarlos como expresión de su amor a Dios. Entonces, Dios habita en él, hace templo de él, lugar de su presencia. Mientras Jesús estuvo entre los hombres, Dios se manifestó a través de su persona, de su palabra y de sus acciones. Al volver Jesús a su Padre, Dios se nos revela habitando en nosotros por el Espíritu Santo. 

Les he hablado de estas cosas para que mi alegría esté en ustedes y su alegría llegue a plenitud. Todos necesitamos la alegría. La Iglesia no puede vivir sin la alegría de su Señor. Pero no es la alegría del mundo, superficial, de mero placer exterior y pasajero, de pura diversión. En el fondo la alegría auténtica del cristiano brota de su íntima convicción de ser amado por Dios tal como uno es. Es la dicha de saber que nuestros nombres están escritos en el cielo (cf. Lc 10, 20). En esto consistye la alegría que nadie nos podrá quitar.

Si un ama, observa los mandamientos del Señor y el Señor habita en él con todo su amor. Hoy sentimos de modo muy especial esa presencia viva del amor de Dios en nuestra madre. Porque pensar en la madre es poner ante nuestros ojos uno de los más bellos reflejos del amor y ternura de Dios, que nos ama como el mejor de los padres y la más tierna y cariñosa de las madres, porque su ser-amor condensa y plenifica, atrae y realiza todos los amores, aun los más sublimes. Nuestro Dios, fuente de vida, se nos quiso revelar como el amor del que brotan todos los demás amores, el amor del padre y de la madre (Is 43). Y así, llegado el momento de su plena revelación por medio de su encarnación, el amor de Dios eligió a María de Nazaret y la embelleció como la mejor de todas las madres para que fuera madre de su Hijo y madre nuestra. De ese modo el valor de la maternidad fue elevado a su más alto grado. La Iglesia reconoce en la maternidad la vocación eterna y sublime de la mujer, que brota de lo específico de su ser: de su fisiología, de su psicología, de sus sentimientos.
Naturalmente, esto no excluye otras vocaciones y aptitudes de la mujer que tienen con ver con su participación activa en la construcción de la sociedad. Hoy la mujer brinda su colaboración social y profesional en todos los estamentos y niveles de la sociedad. Es cierto también que la tarea de la madre en el hogar debe complementarse con la presencia y responsabilidad del padre. Sin embargo, aun apoyando todo esto, es oportuno reafirmar la importancia insustituible que tiene la mujer-madre al comienzo de la vida humana. Por ello, no debemos cejar en nuestro empeño para que la dignidad de la vocación maternal no desaparezca en la vida de las nuevas generaciones, en los anhelos más íntimos y bellos de toda joven; para que no disminuya el deber sagrado y la insustituible autoridad de la mujer-madre en la vida familiar, social y pública, en la cultura, en la educación y en todos los campos de la vida. 
Recordemos también que la maternidad no es una únicamente una función biológica; se expresa a través de muchas formas de amor tutelar. Por eso, la vocación maternal se realiza también perfectamente en la adopción de niños huérfanos o desamparados y en todos aquellos servicios por medio de los cuales la mujer –muchas veces mejor que el varón– ofrece a los niños sustento material y afectivo, educación, ternura y comprensión.
Por todo esto llenos de alegría, expresamos hoy nuestra gratitud a la mujer que nos ha transmitido la vida y pedimos para ella una especial protección de nuestra Madre María. 
Hoy también, 13 de mayo, es la fiesta titular de nuestra Parroquia. Al establecer la nueva y bella imagen, que sustituye a aquella que tan dolorosa y sacrílegamente fue destruida, hemos consagrado a la Virgen de Fátima todo lo que hacemos, decimos y vivimos en esta comunidad eclesial, que desea encarnar el ser de la Iglesia: una, santa, católica y apostólica. Ratificamos nuestro deseo de hacer realidad lo que la Iglesia espera de las Iglesias particulares, cuya misión es prolongar para las diversas comunidades la presencia y acción evangelizadora de Cristo. Por esto nos hemos puesto bajo la maternal protección de Nuestra Señora, y le hemos pedido que consolide los vínculos de nuestra amistad y fraternidad, nuestro amor a la Iglesia, nuestro servicio a los pobres y nuestros esfuerzos por formar verdaderos apóstoles laicos de fe madura y consecuente, que den a nuestra sociedad un testimonio creíble de los valores del evangelio. 
Una vez más con todo el cariño de nuestro corazón, recordando las palabras que Jesús te dirigió cuando estabas de pie junto a la cruz, “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26), hoy se consagran a ti como a su Madre 
- los sacerdotes y religiosos de esta parroquia, que quieren imitar al Buen Pastor en el cuidado de esta porción del pueblo de Dios que se les ha confiado.
- Se consagran a ti, Madre nuestra, los religiosos y religiosas que colaboran en esta parroquia. Ellos y ellas ofrendan su vida por el Reino de Dios.
- Se consagran a ti los esposos, que por el sagrado vínculo de su alianza matrimonial anhelan mantener un amor fuerte y fiel como el amor que llena tu Corazón.
- Te consagramos nuestros hogares, que buscan reproducir los valores familiares de tu casita de Nazaret.
- Se consagran a ti los laicos de esta parroquia, que quieren ser fieles a su vocación evangelizadora y misionera, y se esfuerzan por construir un mundo más humano. 
- Se consagran a Ti, María, los jóvenes, que aguardan el cumplimiento de tantas promesas y el logro de una auténtica realización personal en un Perú unido, integrado, no excluyente.
- Te consagramos, Madre, a los niños, cuya inocencia manifiesta la bondad de su Creador y cuya pequeñez revela la grandeza de nuestro Padre del Cielo; ellos, nuestros niños,  merecen un mundo más pacífico, un planeta mejor cuidado.
Sé para nosotros, María, puerta del cielo, vida, dulzura y esperanza, para que todo lo que digamos y hagamos vaya encaminado siempre a la mayor gloria del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. 
Amén.