lunes, 30 de julio de 2012

Domingo 29 de Julio de 2012.


La multiplicación del los Panes.
(Jn 6, 1-15)

En este evangelio se da una síntesis de la actividad de Jesús, dador de vida, y una presentación del amor solidario como elemento esencial de la fe.

La acción se desarrolla en Galilea, la región más pobre de Palestina. Jesús atrae a una multitud de personas necesitadas porque han oído que cura a los enfermos. Con esa gentío inicia una especie de nuevo éxodo. Pero, a diferencia del primer éxodo en el que  Moisés realizaba portentos contra los poderosos, las acciones de Jesús miran al bien de la gente.

Jesús, después de atravesar con la gente el mar de Tiberiades y subir a un monte con sus discípulos, “levantó los ojos y, al ver la mucha gente que acudía, dijo a Felipe: ¿Dónde podremos comprar pan para que coman estos? Lo decía para tantearlo porque él ya sabía lo que iba a hacer” (vv. 5-6). Jesús se preocupa de la gente y toma la iniciativa. Su diálogo con Felipe es sólo para demostrar la incapacidad del hombre para resolver el problema de la vida, representado en el hambre de la gente. Con doscientos denarios de pan no compraríamos bastante para que cada uno tomara un pedazo, dice Felipe. 

Toma entonces la palabra Andrés  y dice: “Aquí hay un muchacho con cinco panes de cebada y dos pescados secos, pero ¿qué es esto para tantos? Querría mostrar su amor repartiendo lo que hay, pero ve que no es suficiente. En su débil condición y con su escasa provisión de cinco panes de baja calidad (pan de cebada) y dos pescados secos –es decir, lo más desproporcionado para la magnitud del problema- el muchacho representa a la comunidad en su impotencia para resolver el problema del hambre; pero aunque se tenga poco, hay que repartirlo. Es lo que enseña Jesús: dar de lo que se tiene. El resto lo hará Jesús y habrá de sobra.

Viene entonces lo central del relato. “Jesús pronuncia la acción de gracias”. Dar gracias es reconocer que algo que se posee es gracia recibida de Dios. La comunidad de Jesús da gracias por el pan, “fruto de la tierra y del trabajo humano, que recibimos de tu generosidad”. Se podría decir que el signo (visto en profundidad) son los bienes de la creación liberados del egoísmo humano, que alcanzan para el sustento de todos. El milagro es el amor de Dios y de nosotros: el compartir lo que soy y lo que tengo. 

Por todo eso, el signo de los panes tiene un gran simbolismo, que más tarde Jesús explicará en su discurso del Pan de Vida. Jesús proporciona el bien material del pan, pero invita a pensar en el alimento que da vida eterna. Jesús, verdadero Pan de Vida, es quien da la salvación de los hombres. 

Jesús distribuye el pan. “Se puso a repartirlos” (v.11); “los repartes entre nosotros”, decimos en la Eucaristía. Con su actitud de distribuir el pan, Jesús prefigura la entrega de su vida, que explicará más tarde (Pan de vida, 6,51s y lavatorio de los pies, 13,5). Este signo se convierte en una celebración de la generosidad de Dios a través de su Hijo, que, en la comunidad multiplica lo que ésta posee para que todos tengan vida. Aparece el sentido profundo de la Eucaristía: expresión de amor entre los miembros de la comunidad, signo del amor de Dios al mundo, continuación del don de su Hijo. 

“Quedaron todos satisfechos... recogieron doce canastas con las sobras…” (vv. 12.13). La abundancia mesiánica del signo realizado por Jesús llena de entusiasmo a la gente, que lo reconocen como “el Profeta”, en la línea de Eliseo, e incluso quieren proclamarlo rey. Pero este tipo de poder él lo rechaza. Para dar de comer a la multitud no ha partido de una posición de superioridad y fuerza, sino de debilidad y escasez de recursos. Él sólo busca servir y dar la vida. Por eso, Jesús se retira (“huye”), se aleja de los que pretenden cambiar su misión. Se retira solo, como Moisés después de la traición del pueblo (Ex 34, 3-4). Sólo en el monte de la cruz Jesús será rey (19,19) y entonces sus discípulos lo dejarán solo (16,32).

En estas Fiestas Patrias, el evangelio que hemos escuchado resulta particularmente sugerente. Él nos invita en primer lugar a apreciar la obra de Dios en la vida de nuestro país. Es propio de la fe el ser agradecidos y de personas nobles el reconocer las mejoras y progresos que va logrado nuestra nación. Por eso, nos confirmamos también en la esperanza que debemos tener frente a los problemas y necesidades que quedan aún por resolver. Se trata de una esperanza activa “que ama la tierra” que Dios nos ha dado.

Así mismo, mirando la imagen del Jesús que se conmueve por el hambre de la gente, se afirma nuestra convicción de que la atención a la vida de todos y cada uno de los peruanos debe estar en el centro del modelo de desarrollo que debemos seguir, sabiendo que en él se ha de incluir, junto al necesario crecimiento económico, un conjunto de valores éticos y morales que orientan la actuación de los operadores económicos y de los agentes políticos hacia la meta prioritaria del bien común, que en nuestro país sigue teniendo su concreción en la superación de la pobreza, la conservación del medio ambiente y la integración social y cultural de todas sus poblaciones.

Invocamos la intercesión de nuestros santos peruanos para que sigan fructificando en nuestra tierra las semillas del evangelio que son las semillas de solidaridad, comunión en la diversidad, diálogo y valoración del otro, valores que harán posible la solución de los conflictos sociales y la realización de las justas aspiraciones de nuestro pueblo. 



miércoles, 25 de julio de 2012

Domingo 22 de Julio


EL BUEN PASTOR
(Mc 6,30-34)

En estos cuatro versículos tenemos toda una síntesis de vida cristiana. La escena viene a continuación de la que comentamos el domingo pasado: los discípulos, enviados por Jesús, habían salido a predicar y habían realizado curaciones (6,7-13). De vuelta de su misión se reúnen con Jesús para contarle lo que han hecho y enseñado. Desde que el Señor los llamó “para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar” (Mt 3), forman el grupo de sus seguidores, eso es lo que los define (3,14). Por su parte, Jesús muestra una especial predilección por ellos, establece con ellos una unión entrañable. Ellos lo acompañan adonde va y, en esa convivencia diaria, él los forma, les revela los secretos del reino de Dios, les transmite su estilo de vida, sus actitudes y criterios más característicos. Ellos lo observan día a día, ven cómo ora a su Padre, cómo se conmueve ante la multitud hambrienta, cómo se alegra por sus triunfos apostólicos. Le verán incluso estremecerse ante la inminencia de su muerte violenta... Poco a poco ya no habrá secretos entre ellos (Jn 15,15: Yo no los llamo siervos sino amigos, porque un siervo no sabe lo que hace su señor), sus palabras habrán pasado a ser carne y sangre en ellos.


Grupo de jóvenes en el seminario Nacional Juvenil KOSTKA (lima)
Fotografia de: Facebook SJoven Perú
En la escena que comentamos los vemos reunidos en torno él. Es lo propio del discípulo, y lo que define al cristiano: estar con el Señor, conocerlo internamente para más amarlo y seguirlo.


Jesús les escucha hablar de la misión cumplida y los invita: “Vengan ustedes solos a un lugar deshabitado, para descansar un poco”. Detrás de estas palabras resuena el eco de aquellas otras que refiere Mateo: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré”. Resuena también, en profundidad y como marco de lo que vendrá después, la experiencia del Éxodo en el desierto, donde el pueblo de Israel experimentó la liberación realizada por Dios, lo reconoció y lo adoró. Ahora, en un lugar deshabitado, que simboliza al desierto, Jesús seguido de sus discípulos va a congregar a la multitud y fundar el nuevo pueblo, que vivirá la liberación verdadera: los alimentará con el pan bajado del cielo, no con el maná que comieron sus padres, sino con el pan vivo que da vida eterna. 
Vamos a descansar un poco, les dice, revelando la solicitud afectuosa con que los trata. Debemos escuchar estas palabras como dirigidas a nosotros; sólo así la Escritura es palabra eficaz, que toca nuestra situación y nos cambia. Necesitamos oír esta invitación, porque – quizá sin darnos cuenta – podemos estar llevando una vida que nos deshumaniza: agitados, programados, a la búsqueda ansiosa de valores útiles en sí, pero no sustanciales. Con ello, las relaciones personales, que son en definitiva lo más hermoso y satisfactorio de la vida, se perjudican. Sin el tiempo gratuitamente gastado en estar juntos los que se quieren, el amor decae, la amistad se desgasta. Lo mismo ocurre con Dios. Como toda relación, la amistad con Cristo hay que cultivarla, pero ¿cómo vamos a hacerlo si no nos damos tiempo para ponernos a solas con él? Por eso debemos procurar hallar tiempos y espacios especiales para la oración. Esos son los “lugares deshabitados”, donde entramos en la dimensión de nuestro interior, tocamos lo que es verdaderamente esencial y nos apartamos todo aquello que, desde el exterior, nos desgasta y desorienta.

Se fueron, pues, ellos solos -Jesús y los discípulos- en la barca a un lugar deshabitado, pero las circunstancias cambiaron de improviso y el descanso que querían tener se les frustró. La gente que va y viene, corre y se apretuja por ver a Jesús, ha llegado antes a la otra orilla. No le dejan tiempo para el merecido descanso ni para comer con los suyos (cf. 3,20). Jesús se conmueve. Es consciente de que esa muchedumbre busca el logro de la existencia y pone en él su esperanza. Por eso, no puede reprocharles su conducta, se llena de compasión porque los ve como ovejas sin pastor (cf. Nm 27,17; Ez 34,5; Zac 13,7). No puede sino obrar con misericordia, no le queda más  remedio que atender a sus expectativas y procurar encauzarlas debidamente. Jesús aprovecha este momento para continuar lo que viene realizando desde el inicio de su actividad: congregar, unir (1,38s). Por eso, se puso a enseñarles con calma. Jesús asume la figura del buen pastor.
Esta imagen de Jesús que se conmueve ante las “ovejas sin pastor” nos hace apreciar lo más nuclear de su persona: Jesús fue aquel que supo amar de verdad. Su amor no fue una cuestión coyuntural, simplemente, fue el mismo amor con el que Dios-Padre ama a todos los hombres y mujeres del mundo. En Jesús se nos da la certeza de que Dios nos ama de un modo incondicional e inquebrantable. Mezclados entre la multitud, sintiéndonos parte de esa gente que lo busca, experimentamos nosotros también que él nos acoge y acepta no porque seamos buenos o cuando somos buenos, sino porque él mismo es bueno y fuente de bondad, amor, misericordia encarnada. Tocamos aquí algo de lo que debemos examinarnos continuamente porque es fundamental para la vida de fe: ¿creo realmente que el amor de Dios es incondicional? ¿Lo creo para mí de verdad, lo creo en cada circunstancia? 
Pero hay algo más. Cuando Jesús se duele de las ovejas de su pueblo, abandonadas por sus pastores, él nos invita a hacer nuestros los sentimientos de su corazón y a obrar con su mismo amor. Sean compasivos como su Padre celestial es compasivo, nos dijo. Todos debemos serlo. La compasión es el amor eficaz que responde ante el sufrimiento humano. Jesús es la misericordia activa de Dios. Él nos enseña que, cuando se realiza bien, la compasión no humilla a los que sufren sino que les devuelve con ternura la dignidad que han podido perder. Nuestra sociedad está necesitada del “principio  misericordia” que debería inspirar y unificarlo todo.
Por último, hay en este pasaje una enseñanza sobre nuestro ser pastores. Todos podemos ser pastores, en la medida en que nos corresponde ejercer algún tipo de autoridad o responsabilidad sobre otros: padres, educadores, sacerdotes, poderes públicos...; pero en un sentido amplio todos debemos ser responsables y solidarios unos de otros. 

lunes, 16 de julio de 2012

Julio 15 de 2012


DISCURSO DE ENVIO
Mc 6,7-13

Hoy comentamos la escena de la misión de los doce apóstoles. Ella nos hace ver que no se puede seguir a Jesús si no se está dispuesto a colaborar en su obra. La comunidad de los que siguen a Jesús, la Iglesia que formamos, existe para realizar la misma misión de su Maestro y continuarla en la historia, para anunciar con hechos y palabras la presencia del amor de Dios y la certeza de la salvación que esperamos (Evangelii Nuntiandi)

Profesoras y estudiantes del colegio Fe y Alegría en Iquitos.
Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos – dice el evangelio. Cada uno de nosotros puede sentirse incluido en el grupo del Señor. Todos hemos recibido su llamada. Por eso, debemos estar dispuestos a aceptar con gozo la misión que el Señor nos encomienda: la colaboración en la obra de Dios, la implantación de su reino, que ha ya irrumpido en nuestra historia en la persona y actividad de Jesús. 
La misión de los discípulos es la misma misión de Jesús, más aún, se identifica con él. Llamó a los que quiso… para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar (3,13-14). No los envía a exponer una vasta y compleja doctrina, sino a transmitir una forma de vida, el modo característico de ser del Maestro. Por eso, las instrucciones que Jesús da a sus discípulos no dicen lo que ellos tendrán que decir, sino cómo deben presentarse para reproducir la figura de su Maestro. Son instrucciones que tienen que ver con la propia conducta, con el propio estilo de vida, que ha de ser el estilo de Jesús.
Y comenzó a enviarlos de dos en dos. Detrás de la costumbre hebrea de ir así, de dos en dos, para cumplir una misión, hay un signo que Jesús quiere que los discípulos transmitan. Él ha venido a reunir a la familia de Dios, a congregar un nuevo pueblo de hijos e hijas de Dios; por eso la comunidad (lo comunitario) tiene un valor fundamental en todo su mensaje. Jesús no predicaba nunca en solitario; tampoco quiso  que sus discípulos lo hicieran. Sin compañía fraterna, sin colaboración en tareas y proyectos, no hay seguimiento de Jesús ni se puede anunciar el evangelio. 
Dice también el evangelio que Jesús les dio autoridad sobre los espíritus impuros. Los espíritus inmundos a los que se refiere no son fuerzas o poderes sobrenaturales, contra los cuales nada pueden hacer los hijos de Dios. Los “espíritus” a los que se refiere Jesús tienen que ver con todo lo que engaña, perturba, oprime y empobrece la vida humana, privándola de libertad, de dignidad, de paz. En este sentido, los discípulos de Jesús se caracterizan por ser personas que combaten contra toda forma de injusticia, de desigualdad, hambre, mentira y corrupción. Esos son los espíritus inmundos que impiden que los hombres se realicen como auténticas personas. Y la  autoridad del discípulo está precisamente en enfrentar al mal, luchar contra él y vencerlo en nombre de Dios y Cristo con la fuerza del Espíritu. 
Les ordenó que no llevaran nada para el camino… Los seguidores de Jesús no pueden poner como valor central de sus vidas los bienes materiales. Éstos son medios, no fines; y hay que aprender a usarlos o dejarlos tanto cuanto convenga. Cuando se olvida esto, los bienes materiales en vez de ayudar a la tarea evangelizadora, la desvían de sus verdaderos fines, y la labor de la Iglesia se pervierte. El espíritu de gratuidad, que se demuestra en “dar gratis lo que gratis hemos recibido”, hace que resplandezca más la acción de lo alto. La sencillez de vida, el desinterés por el dinero y por el poder de este mundo, la pobreza evangélica, hacen más creíble la predicación y la acción de la Iglesia.
Familia de Nuestra Parroquia colaborando en la
campaña de cajas de amor 2011
Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de ese lugar. La casa tiene gran importancia en los evangelios sinópticos.  El evangelio de Marcos nos hace ver que Jesús usaba mucha veces las casas en las que se alojaba, tanto para anunciar la buena noticia del Reino con palabras y signos (1,29; 2,1; 3,20; 5,38), como para educar a sus discípulos, aprovechando la intimidad que la casa hace posible (7,17;  9,28; 10,10). En casa les enseña los temas centrales de la fe, que después ellos habrán de transmitir en su misión: la piedad auténtica (7,1ss), la oración y el ayuno (9,1ss) y la relación de pareja (10,1ss), siempre como llamadas a la conversión a una mejor relación con Dios, con el cónyuge, con los semejantes y con las cosas de este mundo. Por eso el cristiano debe considerar su casa como un lugar privilegiado para poner en práctica la misión que ha recibido de Cristo y transmitir el evangelio. En la intimidad familiar se crean los lazos afectivos más profundos y resulta factible, como en ningún otro sitio, crear la  fraternidad y encarnar los valores cristianos. En la casa se puede practicar el seguimiento de Jesús en su radicalidad

Si en algún lugar no los reciben, váyanse de allí… La invitación de Jesús siempre se mueve en el terreno de la libertad. Los discípulos no pueden obligar a nadie a aceptar el mensaje evangélico. Éste sólo se acepta adecuadamente por la fuerza del testimonio y el vigor de la palabra que promueven el convencimiento interior. Habrá quienes no acepten el mensaje; éstos contraerán una culpa que sólo Dios conoce con exactitud. Frente a esto, le basta al discípulo manifestar con un gesto demostrativo la ruptura de la comunión: al salir de ese pueblo, sacúdanse el polvo de los pies
Una mirada de fondo nos hace ver en este discurso de Jesús que el cristiano evangeliza humanizando y humaniza evangelizando. Los valores del evangelio nos hacen más humanos y hacen que construyamos un mundo más humano y más divino. El Concilio Vaticano II nos  recuerda que, aunque no se identifican progreso humano y Reino de Dios, tampoco se pueden separar, y están mutuamente relacionados. Está aquí la razón del empeño del cristiano en la lucha contra todos los males que alienan o esclavizan a la gente. Dicho de manera positiva, el cristiano cree en la eficacia del bien y en las posibilidades de mejorar la calidad de la vida humana; por eso apoya todo lo positivo que tiene el mundo de hoy, todas las posibilidades que existen de encarnar los valores del evangelio en nuestra cultura.

lunes, 9 de julio de 2012

Homilía Dominical. Domingo 14 del tiempo ordinario. Julio 8 de 2012

Jesús rechazado por los suyos
(Mc 6, 1-6)  

En el evangelio del domingo pasado, vimos el ejemplo de fe dado por la mujer enferma de hemorragias y por el jefe de la sinagoga que tenía a su hija en peligro de muerte. En el pasaje de hoy, en cambio, Jesús no encuentra fe alguna, no puede hacer ningún milagro y expresa la desilusión que le causan sus propios paisanos y parientes: Un profeta sólo es despreciado en su propia tierra, entre sus parientes y entre los suyos.
El hecho ocurre en la sinagoga de Nazaret, en el pueblo en donde Jesús ha vivido la mayor parte de su vida. Lo rodean sus amigos y familiares que lo conocen desde niño, que lo han visto crecer y actuar entre ellos, pero que a pesar de ello, o precisamente por ello mismo, no creen en él. Se puede estar cerca de Jesús y, sin embargo, no creer en él.
Con esto, los nazarenos y los parientes de Jesús se asemejan a los fariseos y jefes del pueblo, pero su rechazo es más doloroso para Jesús porque son “los suyos”. Más aún, en el cap. 3, 21-23 se narra otro incidente que pone de manifiesto hasta dónde podía llegar esta incredulidad: los parientes de Jesús quisieron llevárselo a casa porque decían que estaba loco. No fueron capaces de ver más allá de lo físico y tangible. Para ellos, Jesús no era más que un simple paisano, un pobre carpintero, “hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón” (6,3), a quienes ellos conocen y de quienes se lo saben todo.
Conviene aquí decir una palabra sobre los “hermanos de Jesús”. algunos grupos evangélicos suelen utilizar textos como éste para argumentar que María no era virgen porque había tenido otros hijos. De los “hermanos de Jesús” hablan los evangelios y Pablo. Desde muy antiguo hubo discusión sobre textos como: Mt 1,25 (lit. “Y [José] no la conoció [a María] hasta el día en que ella dio a luz”). Y lo mismo sobre Lc 2,7 (“Y dio a luz a su hijo primogénito”). – San Ambrosio y San Cirilo Alejandrino afirman que esos hermanos de Jesús serían hijos de un primer matrimonio de José. San Jerónimo resuelve: el significado de hermano en hebreo es muy amplio y abraza a los primos. También el término griego empleado por los evangelios, adelphós, puede significar hermanos y parientes, primos concretamente. En la Biblia se lee que Abraham llamaba “hermano” a Lot, pero Lot era sobrino de Abraham. Y se le lee también que Jacob llamaba “hermano” a Labán, pero Labán era tío de Jacob. Generalmente, se llamaba “hermanos” a los consanguíneos, pero también a los descendientes de un mismo abuelo. Finalmente, los hermanos mencionados en Mc 6, 3 tienen nombres bíblicos cargados de significación simbólica: Santiago significa Jacob, padre de las tribus hebreas; José, es el hijo de Jacob; Judas, que es Judá, es otro hijo de Jacob; y Simón, que es Simeón, también es hijo de Jacob.
Dice el texto que la multitud que escuchaba a Jesús estaba asombrada por el modo como enseñaba y por los milagros que hacía. No podían aceptar que la sabiduría y el poder de Dios altísimo podían actuar en un hombre como ellos. La idea que tenían del Mesías por venir les impedía reconocer en Jesús al Enviado plenipotenciario, al mensajero divino que traía la palabra y revelación definitiva de Dios, en una palabra, al Salvador de Israel y de la humanidad. 
Estamos aquí ante el escándalo de la encarnación de Dios, que llevará finalmente a los fariseos y jefes del pueblo a acusar a Jesús de blasfemia por usurpar el puesto de Dios. Es el mismo escándalo que llevará a los discípulos a abandonar a su Maestro, al verlo acusado por sus jefes religiosos, encarcelado y muerto a manos de los paganos en una cruz. Y es también el escándalo que nos lleva a no aceptar a Cristo y su doctrina, tal como aparece en el evangelio, por preferir un Cristo a nuestra medida, un cristianismo a nuestro gusto. Se puede ser de los suyos, formar parte de su grupo de íntimos, participar incluso en su misma mesa y no decidirse a seguirlo. Se puede ser de los suyos y renegar de él, matarlo. Por eso Jesús dijo que su verdadera familia no es la de quienes están ligados a él con vínculos de carne, sino los que escuchan la palabra de Dios, su Padre, y la ponen en práctica (3,35).
Desde otra perspectiva se puede ver también una cierta semejanza entre algunas actitudes que se dan hoy en la Iglesia y las de aquella gente de Nazaret. Nada hay más cerca del Señor que la Iglesia; en ella está el Señor y no la abandona nunca. Es en la Iglesia en donde se nos comunica el Espíritu del Señor que nos conduce a la verdad plena. Sin embargo, en el cristiano individual –cualquiera que sea el rango que ocupe en la jerarquía- y en enteros grupos dentro de ella, la Iglesia puede actuar como lo hicieron los nazarenos y judíos al reclamar un Mesías a la medida de sus recortadas miras humanas. 
Pero se da asimismo la actitud de quienes, por la idea que tienen de los planes de Dios, se niegan a amar a la Iglesia porque les escandaliza su parte más humana, más pesada, más opaca que impide que el rostro amable del Señor se transparente en ella. Son los que quieren una Iglesia puro espíritu sin cuerpo, campo de trigo sin cizaña, red que reúne peces de una sola especie, el cielo en la tierra. Con ello reproducen la actitud de aquellos judíos que se negaron a ver en la “carne” del pequeño carpintero de Nazaret la presencia del Enmanuel, Dios con nosotros. En la Iglesia se reproduce a otra escala el misterio de la encarnación. El concilio Vaticano II señaló la semejanza que existe entre el misterio de Cristo y el misterio de la Iglesia con sus inevitables limitaciones. Dios ha querido incorporarse a la historia en un hombre de nuestra misma condición: limitado, débil, pobre, capaz de sufrir y de morir en una cruz (cf. 1 Cor 1, 18-25). La Iglesia prolonga esta sorprendente presencia de Dios a través de lo débil. Por eso hoy se puede rechazar a la Iglesia como rechazaron los nazarenos a Jesús por no ver en él más que un simple carpintero. La Iglesia siempre será motivo de extrañeza y hasta de escándalo. Y es a esta Iglesia, con sus limitaciones y pecado, a la que aceptamos, amamos y procuramos construir desde dentro, colaborando para que no sea siempre así, para que, a partir de su condición de pecadora que Cristo bien conoce –como conocía los defectos y pecados de Pedro y de cada uno de sus apóstoles–, se esfuerce cada día por ser más fiel al Evangelio.

lunes, 2 de julio de 2012

Homilía Dominical. 1 de Julio de 2012

Curación de la mujer enferma y resurrección 
de la hija de Jairo

(Mc 5,21-43)
En este pasaje, como en otros del evangelio, aparece la actitud que tuvo Jesús con la mujer. Se trata aquí de dos mujeres, cuya enfermedad, a la exclusión social de que eran objeto en aquella sociedad patriarcal, añadía el estigma de la impureza cultual, para ellas y para quien las tocase; pero nada de eso fue impedimento para que Jesús tratara con ellas con una solicitud cargada de sentimiento. Sin temer las críticas que podían venirle por transgredir normas y prejuicios religiosos y sociales, Jesús rompió con el androcentrismo de su sociedad y mantuvo un trato solidario y liberador con las mujeres y los niños, que no sin motivo buscaban su proximidad. 
El evangelio de hoy nos hace ver también que la fe cristiana es una relación personal con la persona viva de Jesucristo. Lo que mueve al verdadero creyente no es un mero recuerdo, ni un mensaje, ni un ideal por sublimes que sean; el creyente se vincula personalmente con Cristo y le confía todo lo que es, lo que hace y lo que necesita. 
Este “realismo” propio de la fe como relación con Cristo, el texto de hoy lo sugiere con el gesto concreto de tocar: Jairo pide a Jesús que imponga las manos sobre su hija; la mujer enferma “tocó el manto de Jesús”; el mismo Jesús pregunta: ¿quién me ha tocado? Analógicamente podríamos decir que la fe nos permite “tocar” no física sino espiritualmente la persona de Cristo resucitado que salva y da vida. Tocar es comunión, cercanía, forma de conocer y de establecer contacto. Es lo que ocurre en la experiencia de Dios. Esto supuesto, veamos cómo se desarrollan las dos escenas.
Se trata de dos mujeres en situación de extrema necesidad. La primera lleva 12 años padeciendo una larga enfermedad, que los médicos no han sido capaces de curar. Representa toda situación crítica de la que el creyente no sabe cómo salir mientras no sienta que la gracia de Dios lo toque y sane. La otra mujer es una niña de 12 años, que en Oriente equivale a la edad del noviazgo y del desposorio; pero que está enferma de muerte. Si no viene el Esposo que la tome de la mano... Esta niña-mujer, por ser, además, hija del jefe de la sinagoga, podría simbolizar al pueblo de Dios, que la Biblia presenta como la esposa de Yahvé. 
Mientras Jesús va a casa de Jairo, aparece en escena la mujer que sufre de hemorragias. Su enfermedad la humilla, la hace sentirse inmunda, por eso lo sigue desde atrás, sin dejarse ver, sin poder tocar. Experiencias así pueden darse en el camino de la fe: sucede algo lamentable y la persona se siente alejada, inhabilitada para la vida cristiana. La fe entonces se expresa como el deseo de que Dios nos tenga en cuenta, vuelva su mirada a nosotros, como dice el salmo 80: Vuelve a nosotros tu rostro y seremos salvos. Y Él nos busca con la mirada, atento a nuestra necesidad, dispuesto a dar esperanza. 
¿Quién me ha tocado?, pregunta Jesús, al sentir que la mujer le ha rozado el manto. No es un reproche, es una invitación: la fe interior de la mujer tiene que hacerse pública. Y es lo que hace ella con un gesto cargado de sentimiento: asustada y temblorosa… se postró ante él y le contó toda su verdad. Contarle toda su verdad es poner su vida en manos del Señor; es reconocer que no hay nada oculto entre ella y Jesús; es dejar que él disponga las cosas según su voluntad. La confianza constituye un elemento esencial de la verdadera fe. Por eso Jesús, después de tranquilizarla, le dice con ternura: Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, estás liberada de tu mal.
Todavía estaba hablando, cuando vienen a anunciar al jefe de la sinagoga que su hija ha muerto. ¿Para qué seguir molestando al Maestro?, le dicen. Jairo ya había expresado su fe, pero el anuncio que le traen hace que le sobrevenga el miedo a la muerte, el sentimiento de impotencia frente a lo irremediable. Pero Jesús lo invita a superar el temor a la muerte: No tengas miedo, basta con que sigas creyendo.
Lo que viene después es una predicación en acción sobre el sentido cristiano de la muerte, que el evangelio presenta como un sueño. Jesús le quita dramatismo. Por su resurrección, la muerte pierde su aguijón (como dice san Pablo en 1Cor 15). 
Hay también una dimensión eclesial en el relato. Jesús entra en casa de Jairo en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres testigos de su transfiguración (anticipación de su triunfo) y de Getsemaní (lucha contra la muerte). Toma también consigo al padre y a la madre de la niña: los 5 amigos del Esposo. Con la niña y Jesús, se alcanza el número 7. Jesús y la comunidad (los siete) enfrentan la muerte.
El tumulto, el llanto y los gritos en la casa mortuoria simbolizan el mundo en el que hay que anunciar el mensaje de la resurrección, mensaje de que la muerte ha sido vencida. A ese mundo de “los que se afligen como quienes no tienen esperanza” (1 Cor) envía el Señor a los que le siguen para continuar su misión de dar vida. 
Entonces, dice el evangelio, Jesús tomó la mano de la niña. Le pertenece. Y la saca del sueño, con palabras llenas de ternura: Talita Kumi (que significa: Muchacha, a ti te hablo, levántate). En estas palabras hay un eco del amor de Dios por su pueblo, tal como lo expresa el Cantar de los Cantares: ¡Levántate amiga mía, hermosa mía, y ven! (Cant. 2). Conviene advertir también que el mandato de Jesús, ¡Levántate! ¡Ponte de pie!, significa también: ¡Resucita!, y es el verbo de la resurrección: “Cuando resucite (cuando sea levantado), iré delante de Uds. a Galilea” (14,28). “Ha resucitado, no está aquí” (16,6). 
La niña se levantó y se puso a caminar. Y ellos se quedaron llenos de estupor – con el mismo sentimiento que tendrán las mujeres ante el sepulcro vacío (16,8): temor y desconcierto.
Y les mandó que le dieran de comer. Porque todavía queda camino por andar...
El  mensaje es claro: En nuestra relación personal con Jesús experimentamos la bondad de Dios y nos movemos a hacer nuestros sus sentimientos sobre todo para con los que sienten su vida amenazada y sin esperanza… En la plegaria eucarística pedimos: “Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de paz, de justicia y de amor para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando”. Es tarea que todos debemos asumir.