La multiplicación del los Panes.
(Jn 6, 1-15)
En este evangelio se da una síntesis de la actividad de Jesús, dador de vida, y una presentación del amor solidario como elemento esencial de la fe.
La acción se desarrolla en Galilea, la región más pobre de Palestina. Jesús atrae a una multitud de personas necesitadas porque han oído que cura a los enfermos. Con esa gentío inicia una especie de nuevo éxodo. Pero, a diferencia del primer éxodo en el que Moisés realizaba portentos contra los poderosos, las acciones de Jesús miran al bien de la gente.
Jesús, después de atravesar con la gente el mar de Tiberiades y subir a un monte con sus discípulos, “levantó los ojos y, al ver la mucha gente que acudía, dijo a Felipe: ¿Dónde podremos comprar pan para que coman estos? Lo decía para tantearlo porque él ya sabía lo que iba a hacer” (vv. 5-6). Jesús se preocupa de la gente y toma la iniciativa. Su diálogo con Felipe es sólo para demostrar la incapacidad del hombre para resolver el problema de la vida, representado en el hambre de la gente. Con doscientos denarios de pan no compraríamos bastante para que cada uno tomara un pedazo, dice Felipe.
Toma entonces la palabra Andrés y dice: “Aquí hay un muchacho con cinco panes de cebada y dos pescados secos, pero ¿qué es esto para tantos? Querría mostrar su amor repartiendo lo que hay, pero ve que no es suficiente. En su débil condición y con su escasa provisión de cinco panes de baja calidad (pan de cebada) y dos pescados secos –es decir, lo más desproporcionado para la magnitud del problema- el muchacho representa a la comunidad en su impotencia para resolver el problema del hambre; pero aunque se tenga poco, hay que repartirlo. Es lo que enseña Jesús: dar de lo que se tiene. El resto lo hará Jesús y habrá de sobra.
Viene entonces lo central del relato. “Jesús pronuncia la acción de gracias”. Dar gracias es reconocer que algo que se posee es gracia recibida de Dios. La comunidad de Jesús da gracias por el pan, “fruto de la tierra y del trabajo humano, que recibimos de tu generosidad”. Se podría decir que el signo (visto en profundidad) son los bienes de la creación liberados del egoísmo humano, que alcanzan para el sustento de todos. El milagro es el amor de Dios y de nosotros: el compartir lo que soy y lo que tengo.
Por todo eso, el signo de los panes tiene un gran simbolismo, que más tarde Jesús explicará en su discurso del Pan de Vida. Jesús proporciona el bien material del pan, pero invita a pensar en el alimento que da vida eterna. Jesús, verdadero Pan de Vida, es quien da la salvación de los hombres.
Jesús distribuye el pan. “Se puso a repartirlos” (v.11); “los repartes entre nosotros”, decimos en la Eucaristía. Con su actitud de distribuir el pan, Jesús prefigura la entrega de su vida, que explicará más tarde (Pan de vida, 6,51s y lavatorio de los pies, 13,5). Este signo se convierte en una celebración de la generosidad de Dios a través de su Hijo, que, en la comunidad multiplica lo que ésta posee para que todos tengan vida. Aparece el sentido profundo de la Eucaristía: expresión de amor entre los miembros de la comunidad, signo del amor de Dios al mundo, continuación del don de su Hijo.
“Quedaron todos satisfechos... recogieron doce canastas con las sobras…” (vv. 12.13). La abundancia mesiánica del signo realizado por Jesús llena de entusiasmo a la gente, que lo reconocen como “el Profeta”, en la línea de Eliseo, e incluso quieren proclamarlo rey. Pero este tipo de poder él lo rechaza. Para dar de comer a la multitud no ha partido de una posición de superioridad y fuerza, sino de debilidad y escasez de recursos. Él sólo busca servir y dar la vida. Por eso, Jesús se retira (“huye”), se aleja de los que pretenden cambiar su misión. Se retira solo, como Moisés después de la traición del pueblo (Ex 34, 3-4). Sólo en el monte de la cruz Jesús será rey (19,19) y entonces sus discípulos lo dejarán solo (16,32).
En estas Fiestas Patrias, el evangelio que hemos escuchado resulta particularmente sugerente. Él nos invita en primer lugar a apreciar la obra de Dios en la vida de nuestro país. Es propio de la fe el ser agradecidos y de personas nobles el reconocer las mejoras y progresos que va logrado nuestra nación. Por eso, nos confirmamos también en la esperanza que debemos tener frente a los problemas y necesidades que quedan aún por resolver. Se trata de una esperanza activa “que ama la tierra” que Dios nos ha dado.
Así mismo, mirando la imagen del Jesús que se conmueve por el hambre de la gente, se afirma nuestra convicción de que la atención a la vida de todos y cada uno de los peruanos debe estar en el centro del modelo de desarrollo que debemos seguir, sabiendo que en él se ha de incluir, junto al necesario crecimiento económico, un conjunto de valores éticos y morales que orientan la actuación de los operadores económicos y de los agentes políticos hacia la meta prioritaria del bien común, que en nuestro país sigue teniendo su concreción en la superación de la pobreza, la conservación del medio ambiente y la integración social y cultural de todas sus poblaciones.
Invocamos la intercesión de nuestros santos peruanos para que sigan fructificando en nuestra tierra las semillas del evangelio que son las semillas de solidaridad, comunión en la diversidad, diálogo y valoración del otro, valores que harán posible la solución de los conflictos sociales y la realización de las justas aspiraciones de nuestro pueblo.