lunes, 16 de julio de 2012

Julio 15 de 2012


DISCURSO DE ENVIO
Mc 6,7-13

Hoy comentamos la escena de la misión de los doce apóstoles. Ella nos hace ver que no se puede seguir a Jesús si no se está dispuesto a colaborar en su obra. La comunidad de los que siguen a Jesús, la Iglesia que formamos, existe para realizar la misma misión de su Maestro y continuarla en la historia, para anunciar con hechos y palabras la presencia del amor de Dios y la certeza de la salvación que esperamos (Evangelii Nuntiandi)

Profesoras y estudiantes del colegio Fe y Alegría en Iquitos.
Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos – dice el evangelio. Cada uno de nosotros puede sentirse incluido en el grupo del Señor. Todos hemos recibido su llamada. Por eso, debemos estar dispuestos a aceptar con gozo la misión que el Señor nos encomienda: la colaboración en la obra de Dios, la implantación de su reino, que ha ya irrumpido en nuestra historia en la persona y actividad de Jesús. 
La misión de los discípulos es la misma misión de Jesús, más aún, se identifica con él. Llamó a los que quiso… para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar (3,13-14). No los envía a exponer una vasta y compleja doctrina, sino a transmitir una forma de vida, el modo característico de ser del Maestro. Por eso, las instrucciones que Jesús da a sus discípulos no dicen lo que ellos tendrán que decir, sino cómo deben presentarse para reproducir la figura de su Maestro. Son instrucciones que tienen que ver con la propia conducta, con el propio estilo de vida, que ha de ser el estilo de Jesús.
Y comenzó a enviarlos de dos en dos. Detrás de la costumbre hebrea de ir así, de dos en dos, para cumplir una misión, hay un signo que Jesús quiere que los discípulos transmitan. Él ha venido a reunir a la familia de Dios, a congregar un nuevo pueblo de hijos e hijas de Dios; por eso la comunidad (lo comunitario) tiene un valor fundamental en todo su mensaje. Jesús no predicaba nunca en solitario; tampoco quiso  que sus discípulos lo hicieran. Sin compañía fraterna, sin colaboración en tareas y proyectos, no hay seguimiento de Jesús ni se puede anunciar el evangelio. 
Dice también el evangelio que Jesús les dio autoridad sobre los espíritus impuros. Los espíritus inmundos a los que se refiere no son fuerzas o poderes sobrenaturales, contra los cuales nada pueden hacer los hijos de Dios. Los “espíritus” a los que se refiere Jesús tienen que ver con todo lo que engaña, perturba, oprime y empobrece la vida humana, privándola de libertad, de dignidad, de paz. En este sentido, los discípulos de Jesús se caracterizan por ser personas que combaten contra toda forma de injusticia, de desigualdad, hambre, mentira y corrupción. Esos son los espíritus inmundos que impiden que los hombres se realicen como auténticas personas. Y la  autoridad del discípulo está precisamente en enfrentar al mal, luchar contra él y vencerlo en nombre de Dios y Cristo con la fuerza del Espíritu. 
Les ordenó que no llevaran nada para el camino… Los seguidores de Jesús no pueden poner como valor central de sus vidas los bienes materiales. Éstos son medios, no fines; y hay que aprender a usarlos o dejarlos tanto cuanto convenga. Cuando se olvida esto, los bienes materiales en vez de ayudar a la tarea evangelizadora, la desvían de sus verdaderos fines, y la labor de la Iglesia se pervierte. El espíritu de gratuidad, que se demuestra en “dar gratis lo que gratis hemos recibido”, hace que resplandezca más la acción de lo alto. La sencillez de vida, el desinterés por el dinero y por el poder de este mundo, la pobreza evangélica, hacen más creíble la predicación y la acción de la Iglesia.
Familia de Nuestra Parroquia colaborando en la
campaña de cajas de amor 2011
Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de ese lugar. La casa tiene gran importancia en los evangelios sinópticos.  El evangelio de Marcos nos hace ver que Jesús usaba mucha veces las casas en las que se alojaba, tanto para anunciar la buena noticia del Reino con palabras y signos (1,29; 2,1; 3,20; 5,38), como para educar a sus discípulos, aprovechando la intimidad que la casa hace posible (7,17;  9,28; 10,10). En casa les enseña los temas centrales de la fe, que después ellos habrán de transmitir en su misión: la piedad auténtica (7,1ss), la oración y el ayuno (9,1ss) y la relación de pareja (10,1ss), siempre como llamadas a la conversión a una mejor relación con Dios, con el cónyuge, con los semejantes y con las cosas de este mundo. Por eso el cristiano debe considerar su casa como un lugar privilegiado para poner en práctica la misión que ha recibido de Cristo y transmitir el evangelio. En la intimidad familiar se crean los lazos afectivos más profundos y resulta factible, como en ningún otro sitio, crear la  fraternidad y encarnar los valores cristianos. En la casa se puede practicar el seguimiento de Jesús en su radicalidad

Si en algún lugar no los reciben, váyanse de allí… La invitación de Jesús siempre se mueve en el terreno de la libertad. Los discípulos no pueden obligar a nadie a aceptar el mensaje evangélico. Éste sólo se acepta adecuadamente por la fuerza del testimonio y el vigor de la palabra que promueven el convencimiento interior. Habrá quienes no acepten el mensaje; éstos contraerán una culpa que sólo Dios conoce con exactitud. Frente a esto, le basta al discípulo manifestar con un gesto demostrativo la ruptura de la comunión: al salir de ese pueblo, sacúdanse el polvo de los pies
Una mirada de fondo nos hace ver en este discurso de Jesús que el cristiano evangeliza humanizando y humaniza evangelizando. Los valores del evangelio nos hacen más humanos y hacen que construyamos un mundo más humano y más divino. El Concilio Vaticano II nos  recuerda que, aunque no se identifican progreso humano y Reino de Dios, tampoco se pueden separar, y están mutuamente relacionados. Está aquí la razón del empeño del cristiano en la lucha contra todos los males que alienan o esclavizan a la gente. Dicho de manera positiva, el cristiano cree en la eficacia del bien y en las posibilidades de mejorar la calidad de la vida humana; por eso apoya todo lo positivo que tiene el mundo de hoy, todas las posibilidades que existen de encarnar los valores del evangelio en nuestra cultura.