miércoles, 2 de enero de 2013

1 de Enero de 2013


1º de Enero de 2013

La primera lectura (Num 6, 22-27) de la misa en este primer día del año nuevo nos enseña una manera bella y profunda de felicitarnos unos a otros y expresarnos nuestros deseos de felicidad, paz, unión y prosperidad. Es la bendición que los sacerdotes pronunciaban sobre los israelitas: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor”. Deberíamos inspirarnos en esta bendición para felicitarnos por el Año Nuevo. Con ella reconocemos que todo lo hemos recibido de Dios N.S., confiamos en que nos dará lo que le pedimos, y nos hacemos disponibles para aceptar y recibir lo que él quiera darnos. 
 La segunda lectura (Gal 4,4-7) nos recuerda que Dios, llegado el momento fijado por él desde la eternidad, hizo nacer a su Hijo de una mujer, María de Nazaret, para salvarnos. Cristo entró en nuestra historia, por eso es también un ser nacido “bajo la Ley”, lo cual quiere decir que comparte nuestra suerte. Su cercanía hace que toda persona pueda vivir sin temor en la libertad de los hijos e hijas de Dios. 
El evangelio (Lc 2,16-21) resalta la figura de María como madre de Dios. Desde los primeros tiempos del cristianismo se le atribuyó este título. Llamar a María Madre de Dios es afirmar que Jesús, fruto bendito de su vientre, es el Hijo de Dios, de la misma naturaleza divina que el Padre. Como madre María le dio un cuerpo, como educadora modeló su temperamento, le transmitió su sensibilidad, su modo de ser. En verdad, el Señor hizo maravillas en María, y nosotros de generación en generación la proclamamos dichosa. 
Hoy se celebra también la Jornada Mundial por la Paz, en la que el Papa, dirigiéndose al mundo entero, nos exhorta a mantener nuestros esfuerzos por crear un clima de convivencia y de paz. Hagamos nuestras las palabras del Mensaje de Benedicto XVI, del que extraigo párrafos importantes.
Comienza diciendo que causan alarma los focos de tensión y conflicto provocados por la desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad individualista, que se expresa en un capitalismo financiero no regulado. Además del terrorismo y la delincuencia, señala también el Papa que representan un peligro para la paz los fundamentalismos y fanatismos que distorsionan la naturaleza de la religión, llamada a favorecer la comunión y reconciliación. 
Sin embargo, reconoce, se dan numerosas iniciativas de paz que enriquecen el mundo y atestiguan la vocación universal a la paz. El deseo de paz es inherente al ser humano, y coincide con el deseo de una vida humana plena, feliz y lograda, que forma parte del plan de Dios. El hombre está hecho para la paz, que es un don de Dios. 
La paz implica la participación de todo el hombre. Se trata de paz interior con uno mismo, y paz exterior con el prójimo y con toda la creación. Comporta principalmente, como escribió el beato Juan XXIII en la Encíclica Pacem in Terris hace 50 años, la construcción de una convivencia basada en la verdad, la libertad, el amor y la justicia. La realización de la paz depende en gran medida del reconocimiento de que, en Dios, somos una sola familia humana. Se estructura mediante relaciones interpersonales e instituciones apoyadas y animadas por un « nosotros » comunitario, que implica un orden moral interno y externo, en el que se reconocen los derechos recíprocos y los deberes mutuos. La paz es un orden vivificado e integrado por el amor, capaz de hacer sentir como propias las necesidades y las exigencias del prójimo, de hacer partícipes a los demás de los propios bienes, y de tender a que sea cada vez más difundida en el mundo la comunión de los valores espirituales. 
Trabajan por la paz, entonces, quienes aman, defienden y promueven la vida en todas sus dimensiones: personal, comunitaria y transcendente. La vida en plenitud es el culmen de la paz. Quien quiere la paz no puede tolerar atentados y delitos contra la vida. 
Especial énfasis pone el Papa en el papel que le corresponde a la familia en la construcción de la paz. Comienza por decir que, para ello, la estructura natural del matrimonio debe ser reconocida y promovida como la unión de un hombre y una mujer, frente a los intentos de equipararla con formas radicalmente distintas de unión, que dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su papel insustituible en la sociedad. 
Ninguno puede ignorar, dice el Papa, el papel decisivo de la familia. Ésta tiene como vocación natural promover la vida: acompaña a las personas en su crecimiento y las anima a potenciarse mutuamente mediante el cuidado recíproco. La familia es indispensable en la realización de una cultura de la paz. En la familia nacen y crecen los que trabajan por la paz, los futuros promotores de una cultura de la vida y del amor. Los que trabajan por la paz están llamados, por tanto, a cultivar la pasión por el bien de la familia y la justicia social, así como el compromiso por una educación social idónea.
Pasa luego el Papa a subrayar el valor del trabajo, uno de los derechos y deberes sociales más amenazados. El trabajo y el justo reconocimiento del estatuto jurídico de los trabajadores no están adecuadamente valorizados, porque el desarrollo económico se hace depender sobre todo de la absoluta libertad de los mercados. El trabajo es considerado una mera variable dependiente de los mecanismos económicos y financieros. A este propósito, reitera que la dignidad del hombre, así como las razones económicas, sociales y políticas, exigen que « se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos, o lo mantengan ». A este bien corresponde un deber y un derecho que exigen nuevas y valientes políticas de trabajo para todos. 
Pidamos, pues, en el año que comienza que la paz de Dios reine en nuestros corazones, en el país y en el mundo y hagamos nuestros los deseos del Santo Padre de profundizar entre nosotros como parroquia una auténtica comunión de los valores espirituales.