sábado, 30 de marzo de 2013

Homilía Viernes Santo 2013


VIERNES SANTO

Con estas palabras no quiero estorbar, sino más bien fomentar el silencio interior del corazón, que es la mejor actitud en que debemos estar después de oír el relato de la Pasión del Señor, tan denso, tan conmovedor, tan bello.

El evangelista san Juan presenta la pasión de Jesús como la revelación del mayor amor, que transforma la realidad más vil en gloriosa. En Jesús muerto en la cruz, la vieja humanidad, alejada de Dios por el pecado, muere y renace como una nueva humanidad, cuyo destino es el reino de Dios. Esta transformación milagrosa acompaña toda la narración. La traición y arresto de Jesús en el Huerto de los Olivos, las afrentas en casa del sacerdote Caifás y en el pretorio de Pilato, la tortura de la flagelación, la corona de espinas y el manto púrpura, la proclamación que hace de él Pilato: “¡He ahí al Hombre!”, “Aquí tienen a su Rey!,  todos son preparativos de su entronización. En su cruz se ha escrito su título de rey. Levantado en alto, se cumple lo que había dicho: “Cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). De este modo la cruz, patíbulo infame, se convierte en el trono del Hijo de Dios, desde el que juzga y derrota a la maldad del mundo (cf. Jn 12,31). San Pablo dirá: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia”. Toda la injusticia y malignidad del mundo se concentran para dar muerte al inocente. Todo el amor con que Dios y su Hijo aman al mundo llega hasta el extremo de aceptar este destino y vencer esa misma maldad con el perdón, la bondad y la misericordia. Jesús convierte su muerte de asesinato perverso en ofrenda voluntaria de su cuerpo entregado y de su sangre derramada como la prueba suprema de cuánto es capaz de hacer Dios para que nadie se pierda, para que la maldad no triunfe en ninguno de sus hijos e hijas. Mirando la cruz no podemos dejar de ver ¡cuánto nos ama Dios!

La pasión y muerte de Jesús son el triunfo del amor. Por eso, Juan nos hace advertir la serie de pequeños y grandes actos del amor misericordioso de Jesús que se suceden durante su pasión. Todo es don en la pasión y muerte del Señor: continúa preocupándose por los suyos y pide que lo arresten a él solo, confía su madre al discípulo... Y, con la convicción de haber realizado plenamente la misión que el Padre le ha encomendado, inclina la cabeza y nos da el Espíritu. Finalmente, de su costado traspasado por la lanza, sale sangre y agua, signos de vida y fecundidad, signos de la Iglesia ahí representada en el agua del bautismo y la sangre de la eucaristía. La sobreabundancia de mal es cambiada, por el amor del Padre, por Jesús y con el Espíritu, en sobreabundancia de bien.
Se nos invita, pues, a contemplar la cruz del Señor y admirarnos del amor de Dios por la humanidad, por cada ser humano en concreto, por ti, por mí. Se nos invita a creer en el valor de la vida humana que ha sido amada por Dios hasta este punto. Se nos invita a mirar el Corazón traspasado de Cristo – Mirarán al que atravesaron- para que sea él quien marque la dirección y sentido de nuestra vida, el camino por donde se alcanza la vida verdadera: camino del amor que mueve a amar como somos amados. Así nos haremos fuertes para llevar nuestra cruz, como Jesús llevó la suya, para hacer de ella una ocasión recóndita de entrega y ofrecimiento. 

"Crucifixion, as Seen from the Cross" by James Tissot.
Con estos sentimientos, acerquémonos ahora a adorar la cruz, en el momento culminante de la liturgia de este Viernes Santo. Contemplemos al Señor levantado a lo alto y supliquémosle que nos mire como miró a su bendita madre o al discípulo al que tanto quería y digámosle: 
“Acuérdate de mí, Señor, con misericordia, no recuerdes mis pecados, sino piensa en tu cruz; acuérdate del amor con que me amaste hasta dar tu vida por mí; acuérdate en el último día de que durante mi vida yo sentí tus sentimientos y compartí tus sufrimientos con mi propia cruz a tu lado. Acuérdate entonces de mí y haz que yo ahora me acuerde de ti” (Bto. Henry Newman) .


A la hora de nona

Por nuestro amor murió el Señor, 
en la cruz murió el Señor. 
Él nos mandó dar la vida 
como hermanos en señal de amor.

Planearon su muerte en silencio; 
asustaron con gritos al pueblo 
y en un leño colgaron su cuerpo 
a la hora de nona, 
a la hora de nona el Señor, 
el Señor murió. 
El Señor murió.

Es la hora de nona en mi pueblo, 
las sirenas de alarma han sonado, 
y mi pueblo se queda dormido, 
y mi hermano llora, 
y mi hermano muere, 
y el clamor de su voz no nos duele, 
y mi hermano muere.

Es la hora de nona en la tierra, 
es la hora del hambre y la muerte, 
es la hora del odio y la guerra, 
es la hora de nona 
cuando sufre mi pueblo, 
cuando crece el dolor y el engaño, 
cuando falta el amor.